Por Gustavo Pulti
La expresión metafórica, inaugurada por el presidente francés Emmanuel Macron, acerca de que “ estamos en guerra contra un enemigo invisible” se transforma mientras circula. Cumplió primero un servicio retórico para llamar la atención sobre la severidad con la que amenaza el coronavirus. Pero ahora, según quién la esgrima, la metáfora empezó a tomar alas y ya hay quienes parecen pretender un acatamiento literal: “ esta es una verdadera guerra y usted tiene que definir de qué lado está”. Desde algunos sectores, se construye un clima bélico y se convoca a alineamientos binarios.
Sin embargo, no está tan claro que con los procedimientos de una guerra le ganemos al coronavirus.
La guerra es un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar la voluntad del más poderoso. Según el clásico prusiano Karl von Clausewitz, el odio y la violencia son constitutivos de la guerra
La pandemia, en cambio, es una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países. Para ser detenida requiere, en primer lugar, de la ayuda de la ciencia. No del odio ni de la violencia; tan ineficaces el uno como el otro frente al virus. En cuanto a la fuerza que recomienda la ciencia, no es la de la guerra sino la de una sociedad unida por la conciencia de la solidaridad y la prevención.
Los que agitan la lógica de la guerra frente a la pandemia, no pueden luego disociarla de la creación del enemigo. Como el virus es el enemigo, por extensión, los que andan con él adentro, los que lo llevan, pueden ser enemigos también. A partir de ahí, queda expedita la vía para las regresiones mas aberrantes.
Hace pocos días, un intendente no dejó entrar a su ciudad a un vecino que volvía de un viaje porque padecía el contagio. Más allá de las leyes, la constitución y el código penal, el gobernante logró impedirle a esa persona enferma la vuelta a su casa. La crueldad del abandono y la consecuente estigmatización del expulsado, con su familia buscándole asistencia por los pueblos vecinos, no fue la terapéutica aconsejada por los ciencia. Tampoco expresa los valores morales de esa comunidad. Fue un acto de fuerza llevado a cabo por el más poderoso para obligar al otro a cumplir con lo que se le exigía: que se fuera. La doctrina inspiradora de tamaña violencia fue la de la guerra. El enemigo es el virus, pero como el vecino andaba con él, fue alcanzado por las generales de la ley.
Otros intendentes clausuraron los accesos de sus pueblos, construyendo trincheras con tierra. “Fue lo que se pudo en la emergencia” parecían decir. “Si nos hubieran dado tiempo amurallábamos con piedras” y ya no habría nada que envidiarle a la edad media.
Lo extravagante siempre es llamativo y la extravagancia de estas “soluciones” puede disimular un poco su demagógica torpeza. El destierro, las murallas, así como la negación de puerto para un barco sin siquiera saber si lleva personas enfermas, no guardan ninguna relación con la detención del coronavirus.
El proceso de la pandemia ocurre por el desconocimiento o la imprudencia; por la desatención de los protocolos que recomiendan los médicos o por el negacionismo que hubo.
El virus, microscópico, actúa, circula y se traslada en las células humanas. Le son indiferentes las trincheras de tierra, los intendentes abandónicos y las altisonancias de la demagogia bélica. El virus enferma y mata cuando se infringen las recomendaciones de la ciencia. No cuando se atiende a los contagiados o se salvan vidas cumpliendo con todas las normas que la medicina establece.
Si algunos enfermos de hoy, o sospechosos de serlo, reciben el tratamiento de enemigos y los poderes públicos avalan la negación de asistencia ( lo cual en realidad está penado hasta en las guerras) ¿que podemos esperar mañana si acá arrecia la pandemia?
Si ahora se consienten estas lógicas ¿que podra pasar cuándo esa misma arbitrariedad entre en una desesperación mayor?
No es momento de dividir fuerzas. Debemos sumar y contribuir de buena fe con los gobiernos y las personas que los encarnan en esta difícil encrucijada. Pero la buena fe se honra con opiniones sinceras: la barbarie no une, degrada.
Por eso, entre las tentaciones de guerra y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, los marplatenses debemos optar por el humanismo de la ciencia.
Porque hay pandemia y no guerra. Hay enfermos y no enemigos. Hacen falta solidaridad y conciencia, no odio ni violencia.